Tiempo de juego:
908 minutos
Parte 2: La Resaca del Infierno
Desperté con la cabeza retumbando como si me hubieran metido una granada por la oreja y la hubieran detonado en cámara lenta. Mi piel estaba cubierta de un líquido espeso, pegajoso y con olor a vómito de mendigo con cirrosis. Abrí los ojos y lo primero que vi fue a Bludbliblud metiéndose un dedo en la nariz hasta el codo, tratando de sacarse algo que parecía moverse solo. La Anto estaba a mi lado, roncando con la boca abierta, de donde salían pequeños gusanos translúcidos que se arrastraban por su cara, haciendo patrones que parecían letras en un idioma extinto.
Me incorporé, pero algo estaba mal. Algo estaba TERRIBLEMENTE mal. No estábamos en nuestra ciudad. Ni en el mundo. Estábamos en un puto limbo de carne y hueso. Las nubes eran pedazos de piel flotante, con pelos largos y gruesos que se movían con el viento. El suelo latía como si estuviéramos caminando sobre un corazón gigante, y de vez en cuando, se abrían grietas de las que salía un líquido espeso y rojizo con olor a menstruación fermentada. En el horizonte, había montañas de huesos, y en la cima de cada una, algo se retorcía en agonía.
—Conchetumadre… —murmuró la Vale, quien ahora tenía una segunda cabeza, pero en lugar de ojos tenía dos anos en la frente que parpadeaban al ritmo de su respiración.
No sabíamos cómo habíamos llegado ahí. Lo último que recordábamos era la fuente de los deseos en Fantasilandia y el horror indescriptible que habíamos desatado. Y ahora estábamos en este lugar que parecía diseñado por un Dios esquizofrénico con fetiches turbios.
Bludbliblud se rascó el poto con una piedra y un enjambre de cucarachas salió disparado de su ano, chillando en un tono tan agudo que sentí mis tímpanos sangrar. Se sacó la piedra con un sonido desagradable y la lanzó al suelo. De inmediato, la carne sobre la que estábamos parados reaccionó y se abrió como una úlcera explotando, dejando al descubierto un túnel que descendía hacia una negrura absoluta.
—A la chucha, vámonos de aquí —dijo la Anto, escupiéndose en la mano para peinarse, pero la saliva era negra y espesa como petróleo.
Sin opciones, bajamos al túnel. El olor era peor que la raja de un vagabundo en pleno verano, mezclado con el hedor a cadáver fermentado en una bolsa de basura. Caminamos a tientas, nuestros pies chapoteando en un líquido que no quería saber qué era. Pasaron horas. O días. O tal vez siglos. En este lugar, el tiempo era solo un chiste cruel.
Finalmente, llegamos a una puerta gigantesca hecha de huesos humanos, entrelazados y aún palpitantes. En el centro, un ojo humano gigante nos observaba, moviéndose de un lado a otro con un sonido húmedo y pegajoso. Cuando nos acercamos, se abrió solo, y al otro lado…
Allí estaba él. La criatura más horrible que jamás habíamos visto. Un ser enorme, con un torso hecho de bocas que gemían y reían al mismo tiempo, con extremidades deformes que terminaban en manos llenas de dedos de bebés y una cabeza sin rostro, solo una cavidad oscura de donde salía un hedor insoportable. Nos miró, aunque no tenía ojos, y su voz retumbó en nuestras almas:
—BIENVENIDOS A SU NUEVO HOGAR, PEDAZOS DE MIERDA.
Bludbliblud se cagó encima. La Vale empezó a vomitar sus propios dientes. La Anto se arrancó la piel de los brazos como si fuera papel de regalo. Y yo… yo solo reí. Reí como un enfermo. Porque en ese momento entendí la verdad.
Nunca habíamos salido de Fantasilandia. Fantasilandia nos había devorado, y ahora éramos parte de su estómago infinito, condenados a ser digeridos por la eternidad.
Y lo peor de todo… es que me estaba empezando a gustar.
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